Ilustración de Sara Herranz |
Ella había
experimentado desde muy joven los placeres y sensaciones que proporciona un
buen polvo. Le gustaba el sexo, nunca lo había negado. No sufría ningún
trastorno psicológico ni hipersexualidad reconocida. No obstante, tachadla o etiquetadla
a vuestra manera. O a la antigua usanza.
Siempre había apreciado
la diferencia entre follar y hacer el amor. A decir verdad, no en todos los
encuentros le apetecía actuar como una salvaje en la cama, es más, improvisaba
irracionalmente su propio guion. Algunas veces necesitaba oler como las
hormonas iban fluyendo, roces que provocan vellos erguidos y piel erizada,
besar unos labios sintiendo un hormigueo en sus entrañas. Otras, en cambio,
apenas miraba a los ojos de su amante. Ella se consagraba a la maestría de
guiar a unas manos torpes con la finalidad de instruirlas en el rudimentario
arte de arrancar sus bragas. Sabía fingir orgasmos, y gemía como una demente
cuando realmente se los provocaban. Saboreaba los beneficios metálicos que su
lengua podía recaudar. Distinguía cuando gritar era necesario, y mantenerse en
silencio, una obligación. En ocasiones decía tacos; vulgaridades sin medida.
Otras, por contra, se mostraba cándida e inocente cual delicada doncella que
pierde por primera vez su castidad.
Hizo un pacto con su
cuerpo; ambos firmaron un acuerdo de apetencia sexual, sin restricciones.
Bromeaba sobre haber montado en más camas que en columpios y deslizado por más
sábanas que por toboganes. Jugaba con las muñecas a retener esposas. Aprendió a
dominar el sexo en todas sus formas, matices y expresiones. Este, de vez en
cuando, también la subyugaba a ella. Y adoraba cuando ese tirano la ataba a la
cama de una habitación pasajera.
Ella había amado y
adorado un cuerpo pegado al suyo. Fue adicta a una piel. Esta dependencia la
humilló cuando era frágil, rompiéndose en dos mitades desiguales. A la mitad
indefensa la repudió. A la condescendiente la adoró y la usó para dar placer a
otros. Juró que nunca más amaría. No volvería a hacer el amor con un enemigo.
Ella no sabía hacerlo; lo concedía como recompensa a palabras halagüeñas. Lo
regalaba, de tal manera que la convertía en esclava del hombre al que sucumbía.
Desde ese momento, optó por fornicar como tregua en una batalla que supo que
nunca ganaría. Sin embargo, siempre podría usar sus pespuntes para no descoser
heridas psicológicas antiguas. Decidió dejar tocar su cuerpo, pero nunca más su
vulnerabilidad. Nunca más es fugaz, se llamaba Ángel. Con él se desnudó sin
quitarse la ropa —por primera vez—, frente a esa copa de vino reflejo de su devenir.
Se abrió sin siquiera descruzar sus piernas. Fue su terapeuta sin cita
precedente. Él la escuchó y la salvó con aquel abrazo posterior.
Después solo recordaba
una vorágine de cuerpos entrelazados, de miradas cómplices. Intentó copular sin
amar. No supo, no pudo. Su aliado le hizo arrinconar su reprensión y repatriar
su lasitud. Olvidó lo que era y por qué lo era. Su ingenuidad le murmuraba con
un inquietante eco: «Por favor, no lo hagas». Una petición interior, lanzada a ese mensajero,
con el propósito de buscar su salvación. Hicieron el amor con el sexo más sucio
y limpio que pudiesen imaginar; ironías entre cuerpos que se complementan y
mezclan fluidos al mismo tiempo. De nuevo la diosa del sexo toleró vencerse por
una orgía mental de sentimientos. Y se entregó en cuerpo —que tatuó con saliva—
y en alma —que vendió a sus demonios—. «No lo hagas,
por favor», se repetía continuamente. Y
desconectaba para disfrutar de aquel encuentro entre desconocidos que se conocen
a la perfección. Él no la manoseaba, la acariciaba. La adoraba en cada uno de
sus movimientos de fricción. Por un momento, cambió su mundo. Una vida en la
que ella no era ella. En esa nueva perspectiva solo existía ese Ángel, que le
prestaba sus alas para volar sin límites ni miedos.
Al finalizar aquel
encuentro fortuito, la abrazó. Le susurró un agradecimiento por el placer que
su cuerpo prestado le había proporcionado. Ella alcanzó la felicidad; logró
sujetarla entrecruzada con sus piernas durante un instante. Efímera, volátil.
Él también había comprobado que existía una mitad que le complementaba mientras
recorría con las yemas de sus dedos la curvatura de aquellos delicados senos.
La vergüenza se apoderaba de ella a la vez que observaba como ese Ángel
perfecto —ahora sin alas— se tapaba con la ropa que antes yacía sin dueño, dispersa
en el suelo. Sin prisa pero sin pausa; idéntico ritmo armónico usado para
pasearla en la cama. Selló sus labios para no decir palabras que le hubieran
hecho delatarse a su amo. Volvía a su mente, una y otra vez, aquel pensamiento:
«No lo hagas, por favor. No me trates como a
una puta. Tú, no».
Minutos posteriores,
Ángel extrajo del bolsillo trasero de su pantalón una cartera. Miró por un
instante a su cómplice y le sonrío dulcemente. Pagó su intercambio de pasión al
depositar un par de billetes sobre un testigo oscuro, inerte y de nogal. Se
acercó a ella para regalarle un beso cordial en la mejilla. A continuación, le
dio las gracias a viva voz. Ella permaneció absorta; su orgullo la enmudecía,
sus emociones la inmovilizaban. Apenas vocalizó un leve susurro antes de ver largarse
a su amante: «Por favor, no lo hagas».
Un portazo fue lo
siguiente.
Como dicen, «Todo tiene
un precio». Su profesión lo tenía, la tarifa la fijaba ella. Por supuesto, el
amor también, pero este no es baremable en moneda de papel.
Wow! El amor volvió a llamarle o por lo menos, eso quería ella en el fondo pero finalmente usaron su profesión para beneficio, sentir es bonito pero a veces nos resistimos para no volver a sufrir. Me gusta esta visión del amor y el sexo de ojos de una puta, porque como mujeres que son sienten y a quién no le gusta un buen polvo si encima es con un amor verdadero???? Aaaiiissss! Cómo me gusta Soledad! Un besito!
ResponderEliminarAins, totalmente de acuerdo contigo, Hadita.
EliminarGracias por la visita, amiga. ;)
Un besito. :)
Espléndida narración !!!
ResponderEliminarGracias, Marina. Estoy aprendiendo poquito a poco a redactar lo que me ronda en la cabecita. ;)
EliminarGracias por tu visita y dejar tu huella. ;) Un abrazo.
Ponerse los zapatos de ellas, permiten comprender ese mundo sordido, pero humano. Rica narración, Felicitaciones
ResponderEliminarCierto, amigo. Eso he tratado de hacer mientras escribía el relato. Unos zapatos que me han apretado un poco. Gracias por tu visita y comentar. ;)
EliminarUn saludo. :)
Wooowww!! Me dejas sin palabras!!
ResponderEliminarExcelente, Soledad!!!
Gracias, preciosa. ;)
EliminarUn texto muy profundo. Es de los que adentra en una vorágine de sentimientos mezclados, que solamente al final encuentran la comprensión debido a la profesión de ella. Es cierto que se merece que tarde o temprano haya alguien que no le pague, pero espero que sea porque esa persona con la que vuelva a sentir cosas, la haya conocido por causas ajenas a su profesión :)
ResponderEliminarUn beso sin "dinero" de por medio jaja :P
Debe ser tremendamente duro querer dejar de lado tu profesión para ser simplemente mujer y que al final te paguen por tus servicios prestados. :/ Eso sí, durante algunos momentos se olvidó de lo que era. :)
EliminarOtro beso (estoy tiesa de todas formas :P) jeje
Enhorabuena, Soledad. Te leo y me aislo. Nada hay a mi alrededor, salvo tus letras, tan ricas, tan intensas. El estilo de tu narrativa se va definiendo y es maravilloso crecer con ella.
ResponderEliminarMe encantó este relato tan profundo, sin ser manido. Has creado todo un personaje con infinidad de posibilidades. Te vuelvo a felicitar, compañera.
Abrazos de corazón.
Puede ser, que mis letras y yo estamos creciendo. Eso espero. :) Decirte que me halagas se queda corto, porque te aprecio ya no solo por tus letras. ;)
EliminarGracias, guapi, de corazón. Y como dice José, un beso sin dinero de por medio. ;)
Muy bueno. Palabras muy bien escogidas que forman grandes frases y juntas una narración que nos envuelve y nos embriaga. Captas y transmites muy bien los sentimientos mediante esas palabras. Nos has metido en Ella y, durante tu relato, hemos sentido lo mismo. Y el portazo final... un tanto desconcertante, nos deja pensando: ¿lo habrá hecho?, je, je
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Isidoro. Pretendía meternos todos en el piel de Ella. No hay final feliz, él le paga por sus servicios, aunque la trata como si aquel encuentro no tuviese precio. :)
EliminarMil gracias. ;) Saludos. :)
Uno de esos relatos en que a medida que vas leyendo, los sonidos del entorno se empiezan a apagar y empiezas a sentirte dentro de la historia pudiendo experimentar el ambiente y casi las sensaciones de los protagonistas. Leía y leía pero lo único que escuchaba era esa vocecilla que decia "por favor no lo hagas".... Me atrapaste en tu relato Soledad, me enrede en tus letras hasta que ese portazo me despertó y me pude liberar...
ResponderEliminarAunque suene extraño me alegro de haberte atrapado, y de que hayas seguido los pasos de la protagonista hasta volver a la realidad con ese portazo. :)
EliminarGracias por la visita, espero atraparte más veces jeje
Un abrazo, Jose. :)
Muy intenso y emotivo tu relato, Soledad. Una mujer con una historia a sus espaldas, con deseos y anhelos que apenas se atreve a reconocer para no hacerse vulnerable y un nuevo encuentro que acaba siendo como todos. Ese portazo nos duele y nos sorprende casi tanto como a ella... Muy bueno, compañera!! Una narración con sello personal :)
ResponderEliminarUn beso!!
Hasta a mí me han dado ganas de ir tras él... Pero ya lo había hecho, tarde. :)
EliminarGracias, amiga. :) Le he puesto la huellecita pampiroladas ;P
Un besote. :)
Un relato excelente, tanto en forme como en contenido. Una lectura amable y ligera, con un toque para la reflexión y mucho de pasión y sentimientos. Bravo Soledad, amor sexo y trabajo, a veces tan unidos y otras a años luz.
ResponderEliminarGracias, Miguel Ángel, por tu visita y por dedicarme estas palabras. ;)
EliminarUn abrazo. :)
Ohhhh precioso. Me ha encantado. Utilizas frases memorables, expresiones que tengo que leer una y dos veces, y hasta tres para que se me fijen en la memoria. Me ha encantado. Genial, en serio, genial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias, nena. No sabes lo que me alegra que te haya gustado tanto. :)
EliminarUn abrazo fuerte. :)
Fascinante relato Soledad!! Atrapante, comprometido y cada palabra compenetrada con el personaje. ¡Y que personaje! ¡Que mujer! Me gusto mucho su visión y su sentir. Abrazo grande.
ResponderEliminarjeje. Gracias, Nahuel. ;) Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn abrazo, amigo. :)
Difícil no imaginar a una mujer que le gusta sentir con su cuerpo y compartir, con sentimientos que emanan del corazón y del querer ser libre para expresarse.
ResponderEliminarQue relato tan intenso.
Felicidades Soledad.
Cierto, Mila. Gracias por la visita y por tu aportación.;) Te lo agradezco, guapa.
EliminarUn abrazo. :)
Soledad, ¡es extraordinario! Como has conseguido que viajemos en el devenir de sensaciones casi transportándonos a esa habitación donde los sentimientos del miedo y la decepción eran dueñas de cada traza.
ResponderEliminarSin palabras, chapó!
Besos!!!
Muchísimas gracias, guapa. Es la segunda vez que leo lo de extraordinario hoy, al final voy a creer y todo que tengo superpoderes :P
EliminarUn besote. :)