Estaba totalmente absorta en mis
pensamientos, recreándome en mi mediocridad, cuando de repente escuché una
vocecita que captó mi atención.
—¡Oye, tú!
Volteé mi cabeza hacía ambos lados
sin intuir quién clamaba incesantemente por mi atención. Tras oír chistar
varias veces, pregunté con inquietud:
—¿Me hablas a mí?
—Claro. ¿A quién si no? ¿Tú eres la
que quiere escribir una historia? ¿O me equivoco?
—Supongo que no. Quiero decir,
deduzco que te refieres a mí.
—¿Y por qué te has detenido?
—Porque me he quedado bloqueada. No
consigo idear absolutamente nada.
—¿Nada de nada? Y entonces, ¿qué
pasa conmigo?
—¿Contigo?
—Sí. Tú eres mi creadora. ¿Me
conviertes en “alguien” para dejarme así sin más?
—Lo siento, pero, como te decía, no
sé qué hacer contigo.
—Vamos a ver… Me has llamado Nahel,
me has caracterizado con cabeza de ratón, alas diminutas de dragón, dientes
afilados de serpiente… No sé, piensa... ¿Podrías hacerme partícipe de alguna
aventura, no?
—Imagino. Vivirás en un país
fantástico, tendrás varios enemigos y obstáculos a los que enfrentarte para
posteriormente vencerlos a todos y ser el más admirado del reino. Colorín colorado…
—¡Pues vaya porquería!
—¡Eh, tú, personajillo, sin insultar!
—No lo trataba, usted perdone si se
ha sentido ofendida. ¿Tú eres la que aspira a ser escritora?
—Eso pretendía —contesté con
desaliento.
—En serio, es que tienes una
chispa, je, je. Me troncho —dijo la vocecita repelente mientras se partía el
culo de… mmm… sapo repugnante (por improvisar algo) a mi costa.
—Yo no le veo la gracia. Estoy
pasando por un momento complicado, ¡vale!
—¡No vale! ¿Acaso tú no tienes
musas? Todos gozan de ellas, incluso aquellos que nunca se han percatado de su
existencia.
—Sí, las tenía hasta hace unas
horas, después se han silenciado.
—Verás, si me lo hubieses dicho antes...
¡Yo tengo un don para las mujeres! —alardeó el «pedazo de animal» mostrando un tono de voz más varonil.
—¡Pero yo no te he asignado esa
característica antes de mi problema creativo! —reprendí al recién estrenado «don
Juan».
—Lo sé. Sin embargo, lo que tú
pareces no saber es que cada personaje tiene vida propia.
—Entonces, ¿tú puedes ser lo que
quieras ser?
—Elemental, querida juntaletras. Ser o no ser. De
hecho, me he puesto las alas más grandes, las tuyas me parecían ridículas. Y
nada de sapo, ¡qué te he oído, aspirante al Nobel de Literatura! Y pienso tener
más compañeros en mis aventuras, e incluso darle un giro a tu idea que empieza
a estar muy trillada. Fíjate, lo mismo hasta termino eternamente condenado por
culpa de un hechizo que me obligue a devorar escritores cuando estos pierdan la
inspiración. Ejem.
—Alucinante. Sigue, sigue… ¿O es
una indirecta?
—Tú lo que quieres es que te haga
el trabajo sucio. A mí lo de redactar no se me da bien. Mejor me espero, estoy
intentando conseguir una cita con una de tus musas. ¡No veas cómo está la jodía, de toma pan y moja!
—¡¿Puedes verlas?! No sabes cuánto
te admiro. Me gustaría ser como tú…
—¿Bromeas? ¿Un personaje ficticio
fabricado con trozos de animales que quiere tirarse a tus musas?
—¡No, hombre! Bueno, personaje;
quiero decir, tan imaginativo como tú.
—Tal vez si reparases en que estás
hablando contigo misma en este instante, tu idea cambiaría.
—No te entiendo.
—Tronca, ¡qué estás hablando tú
sola!
—¡Vaya, es verdad!
—Pues eso, escribe más, ¡caray! O
visita a un psiquiatra. Pero deja de rayarme. Haz que en mi vida pasen cosas. Y
ya de paso, en la tuya.
—Llevas razón. Gracias, Nahel.
—Un placer, querida. Y no molestes
más, ya tengo a la gachí medio camelada.
En ese instante Nahel, justo cuando
creía estar perdido en aquel lugar, atrapado por el embrujo de la soledad, se
tropezó con una chica que revoloteaba como una pequeña hada en busca de
inspiración…
—Oye, Nahel. ¿Qué te parece? Creo
que han regresado las musas. Mira lo que he escrito. ¡¿Nahel?! ¿Qué significan
esos gemidos? ¿Musas? Na-hel… ¡Nooo!