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martes, 10 de noviembre de 2015

Sexo digital




Micro seleccionado -entre 1.400 presentados- para el I Concurso de Microrrelatos eróticos de la web DSS  “Erotismo en estado puro" que formará parte de la antología digital que llevará el mismo nombre.



Escribir en 5 líneas un relato erótico que deje a todos con la boca abierta... ¡Quiero escribir sobre sexo! Pero a mí esta palabra me produce unas ganas irremediables de acariciar mi propio cuerpo. Tal vez sea capaz de describir un orgasmo con versos, aunque ¿no es mejor dejar las teclas y colocar mis dedos en un lugar estratégico?¿Es posible divertirse tanto queriendo tocar un texto? 



martes, 27 de octubre de 2015

No lo hagas


Ilustración de Sara Herranz

Ella había experimentado desde muy joven los placeres y sensaciones que proporciona un buen polvo. Le gustaba el sexo, nunca lo había negado. No sufría ningún trastorno psicológico ni hipersexualidad reconocida. No obstante, tachadla o etiquetadla a vuestra manera. O a la antigua usanza.
Siempre había apreciado la diferencia entre follar y hacer el amor. A decir verdad, no en todos los encuentros le apetecía actuar como una salvaje en la cama, es más, improvisaba irracionalmente su propio guion. Algunas veces necesitaba oler como las hormonas iban fluyendo, roces que provocan vellos erguidos y piel erizada, besar unos labios sintiendo un hormigueo en sus entrañas. Otras, en cambio, apenas miraba a los ojos de su amante. Ella se consagraba a la maestría de guiar a unas manos torpes con la finalidad de instruirlas en el rudimentario arte de arrancar sus bragas. Sabía fingir orgasmos, y gemía como una demente cuando realmente se los provocaban. Saboreaba los beneficios metálicos que su lengua podía recaudar. Distinguía cuando gritar era necesario, y mantenerse en silencio, una obligación. En ocasiones decía tacos; vulgaridades sin medida. Otras, por contra, se mostraba cándida e inocente cual delicada doncella que pierde por primera vez su castidad.
Hizo un pacto con su cuerpo; ambos firmaron un acuerdo de apetencia sexual, sin restricciones. Bromeaba sobre haber montado en más camas que en columpios y deslizado por más sábanas que por toboganes. Jugaba con las muñecas a retener esposas. Aprendió a dominar el sexo en todas sus formas, matices y expresiones. Este, de vez en cuando, también la subyugaba a ella. Y adoraba cuando ese tirano la ataba a la cama de una habitación pasajera.
Ella había amado y adorado un cuerpo pegado al suyo. Fue adicta a una piel. Esta dependencia la humilló cuando era frágil, rompiéndose en dos mitades desiguales. A la mitad indefensa la repudió. A la condescendiente la adoró y la usó para dar placer a otros. Juró que nunca más amaría. No volvería a hacer el amor con un enemigo. Ella no sabía hacerlo; lo concedía como recompensa a palabras halagüeñas. Lo regalaba, de tal manera que la convertía en esclava del hombre al que sucumbía. Desde ese momento, optó por fornicar como tregua en una batalla que supo que nunca ganaría. Sin embargo, siempre podría usar sus pespuntes para no descoser heridas psicológicas antiguas. Decidió dejar tocar su cuerpo, pero nunca más su vulnerabilidad. Nunca más es fugaz, se llamaba Ángel. Con él se desnudó sin quitarse la ropa —por primera vez—, frente a esa copa de vino reflejo de su devenir. Se abrió sin siquiera descruzar sus piernas. Fue su terapeuta sin cita precedente. Él la escuchó y la salvó con aquel abrazo posterior.
Después solo recordaba una vorágine de cuerpos entrelazados, de miradas cómplices. Intentó copular sin amar. No supo, no pudo. Su aliado le hizo arrinconar su reprensión y repatriar su lasitud. Olvidó lo que era y por qué lo era. Su ingenuidad le murmuraba con un inquietante eco: «Por favor, no lo hagas». Una petición interior, lanzada a ese mensajero, con el propósito de buscar su salvación. Hicieron el amor con el sexo más sucio y limpio que pudiesen imaginar; ironías entre cuerpos que se complementan y mezclan fluidos al mismo tiempo. De nuevo la diosa del sexo toleró vencerse por una orgía mental de sentimientos. Y se entregó en cuerpo —que tatuó con saliva— y en alma —que vendió a sus demonios—. «No lo hagas, por favor», se repetía continuamente. Y desconectaba para disfrutar de aquel encuentro entre desconocidos que se conocen a la perfección. Él no la manoseaba, la acariciaba. La adoraba en cada uno de sus movimientos de fricción. Por un momento, cambió su mundo. Una vida en la que ella no era ella. En esa nueva perspectiva solo existía ese Ángel, que le prestaba sus alas para volar sin límites ni miedos.
Al finalizar aquel encuentro fortuito, la abrazó. Le susurró un agradecimiento por el placer que su cuerpo prestado le había proporcionado. Ella alcanzó la felicidad; logró sujetarla entrecruzada con sus piernas durante un instante. Efímera, volátil. Él también había comprobado que existía una mitad que le complementaba mientras recorría con las yemas de sus dedos la curvatura de aquellos delicados senos. La vergüenza se apoderaba de ella a la vez que observaba como ese Ángel perfecto —ahora sin alas— se tapaba con la ropa que antes yacía sin dueño, dispersa en el suelo. Sin prisa pero sin pausa; idéntico ritmo armónico usado para pasearla en la cama. Selló sus labios para no decir palabras que le hubieran hecho delatarse a su amo. Volvía a su mente, una y otra vez, aquel pensamiento: «No lo hagas, por favor. No me trates como a una puta. Tú, no».
Minutos posteriores, Ángel extrajo del bolsillo trasero de su pantalón una cartera. Miró por un instante a su cómplice y le sonrío dulcemente. Pagó su intercambio de pasión al depositar un par de billetes sobre un testigo oscuro, inerte y de nogal. Se acercó a ella para regalarle un beso cordial en la mejilla. A continuación, le dio las gracias a viva voz. Ella permaneció absorta; su orgullo la enmudecía, sus emociones la inmovilizaban. Apenas vocalizó un leve susurro antes de ver largarse a su amante: «Por favor, no lo hagas».
Un portazo fue lo siguiente.
Como dicen, «Todo tiene un precio». Su profesión lo tenía, la tarifa la fijaba ella. Por supuesto, el amor también, pero este no es baremable en moneda de papel.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Orgasmo gratuito



Mientras esperaba aquel metro, mi mente se abstrajo completamente de ese andén para llevarme nuevamente a la habitación donde había estado horas previas con él. Aún sentía su aroma en mí; impregnaba mi ropa como un perfume de fluidos en movimiento, un néctar fabricado para mi cuerpo, que dulcificaba a la par que ardía mi piel. Con el obsequio de ese arrebato de pasión, ni siquiera pude asearme. Llegaba tarde al trabajo, pero agradecía que me hubiesen acompañado toda la jornada nuestras fragancias entremezcladas. Un día inacabable de orgasmos repetidos y masturbaciones mentales. De nuevo, había vuelto esa sacudida recorriendo en forma de escalofrío todo mi ser. Sentía aún sus manos apretándome los glúteos contra él, mis pezones estaban irritados de convulsiones convertidas en bocados; a fuego lento, a fuego vivo, a medio cocer.
Un golpe fortuito en el hombro me devolvió a la realidad. Presa de mis jadeos regresaba a casa, necesitaba más, como una damisela ansiosa por un encuentro furtivo con su caballero, sin armadura —para qué perder el tiempo—.
Allí sentada, en ese frío asiento, entrecruzaba con fuerza mis piernas. Sentía un dolor placentero que me recordaba lo poco que hacía de la visita de ese turista, el cual no necesitaba una guía ni un mapa de búsqueda del tesoro; a él le bastaba con ser el mejor pianista. Y no hubo una tecla que quedase por acariciar, y me compuso la más armoniosa y apasionante melodía que una mujer pudiese imaginar. En mis labios quedaba un hormigueo, una pócima mágica que los había convertido en continua humedad de inagotable deseo. Mi excitación iba en aumento con cada paso del trayecto de vuelta a mi paraíso terrenal. Y no dejaba de imaginar a ese diablo y su tridente que me incitaba a tentar y a morder serpientes.
Nervios.
Una cerradura que abre la puerta de mi universo.
Y aquella habitación, mi sala de juegos, donde horas antes había pecado… Ahora él está con otra... regalándole un orgasmo. Mi-or-gas-mo.


lunes, 31 de agosto de 2015

Versos para dos

   —¡Te propongo un juego! Entre los dos vamos a hacer poesía. Tu escribes un renglón y yo otro,  y descubrimos qué somos capaces de crear.
   —¡Me apunto!
   —¡Empieza tú!

   Saboreo el último sorbo de mi copa de vino tinto y comienzo a escribir mi primer renglón. Me dejo llevar por el poder del rey Baco y el capricho del momento.

Estoy en un laberinto sin salida,
sin minotauros ni ninfas,
sin trampolín ni paracaídas
pero contigo, en definitiva.
Solo en mis sueños, mi imaginación,
soy enteramente yo, cuando te sueño,
cuando te descubro, tu cuerpo, tu sudor,
tus maneras, tu interior, cuando me
excitas, ¡oh, sí!, éxtasis y dolor,
velocidad, fricción, calor...
Sexo a traición.
En definitiva… amor.
¿Follamos?

   —Creo que esto no debería terminar así. (Risas pícaras)
   —A mí no se me ocurre mejor manera de acabar esta poesía.

   Y el vino habló.




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