Siempre he tenido la facilidad de
darle la vuelta a la tortilla, en sentido figurado. Bueno, también en el
literal. Cuando está suficientemente cuajada por un lado, se coloca un plato de
un tamaño similar encima de la tortilla y se gira la sartén… Creo que me estoy
dispersando.
Decía que tengo facilidad para
manipular las situaciones a mi favor. Después del tropiezo con mi Antonio en el
Mastur Bar, tuvimos una conversación
sobre nuestra relación. Obviamente, yo tuve una coartada perfecta. Me personé allí
para hacerle un favor a mi amiga Mari. Si el chico, Machopotente34, merecía la
pena, ya se convertiría en un posible candidato para llevar a cabo los trámites
de adopción. Enseguida mi Antonio lo entendió. Su excusa fue la que no acabó de
convencerme. Él también suplantaba a su amigo Pedro. ¡Qué casualidad! Como el
asunto me olía a chamusquina, hice mi particular melodrama e, inmediatamente después,
decidí castigarlo sin sexo. Mi Antonio me dijo que le parecía justo.
Después de dos semanas recordé que el
escarmiento era absurdo —con el «Asunto Pisa» de por medio—, no
me serviría para nada. Había sido demasiado blanda (como el asunto en sí). De
manera que cambié el castigo por buscar una solución a nuestro problema: terapia
sexual. Pensé que iría a regañadientes, pero accedió voluntariamente cuando le
insinué que secuestraría su PlayStation4
hasta el día de la cita terapéutica.
Estaba deseando acudir a esa
consulta, era lo más parecido a visitar el santuario de Lourdes. Según mi pacto
con Dios, todo debía ir a la perfección. Solo que, cuando la recepcionista nos
hizo pasar para hablar con el sexólogo, me llevé una extraña sorpresa:
—¿¿Padre?? ¡¡Qué alegría volver a
verle!! Estuve el otro día en su iglesia para hablar de un asuntillo con usted. Se marchaba muy
deprisa. Pero no se preocupe, me lo resolvió Dios.
—Disculpe, creo que me está
confundiendo. Probablemente, debe de tratarse de mi hermano.
—Ah, ahora le pilló, va de
incógnito. No se inquiete, fingiré que no lo he reconocido. Fingir se me da
bien, ¿verdad, Antonio? Debe de pasarle como a Superman, que cuando se
ponía las gafas y se quitaba la capa se transformaba en Clark Kent, aunque yo
siempre lo reconocía. Con usted me ha pasado igual. A decir verdad, ¡le sientan
bien las gafas, Padre!
—Señora, quería decir que el
sacerdote al que usted se refiere es mi hermano gemelo. No es la primera vez
que nos confunden.
—¿Podría usted no llamarme «señora»?
Me hace sentir mayor, como si no fuese su hija, Padre.
—Si no le importa, llámeme
Antonio. Sin más dilación, sería fundamental que a partir de ahora, si son tan
amables, escuchen los consejos que les aportaré tras hacerme participe de su
problema.
—Mira, Antonio, ¡otro Antonio! Mi
Antonio y Superantonio, ja, ja, ja.
—Cariño, si no vas a dejar
trabajar a este hombre, nos volvemos a casa, que me dejaste a medias con la
partida de Assassin Creed.
—¡Ay, perdón! Es que estoy muy nerviosa,
Padre. ¡¡Nooo!! Tache, Antonio. ¡Tú no, cariño! ¡¡Antonio Padre!! ¡¡Noo!!
Borre, ¡¡Antonio cura!! ¡¡Nooo!! ¡¡Antonio sexo!! ¡¡Nooo!!
—¡Tranquilícese! Llámeme sexo.
Disculpe… ¡¡Toni!!
—Gracias, Toni. Pues, mire usted, en
realidad nosotros venimos para solucionar el «Asunto Pisa». Le hablo en código porque mi Antonio es
muy sensible con este tema, pero sucede, básicamente, que el elefante no
levanta la trompa.
—¿Cómo dice? ¿Podría hablar un
poco más alto, por favor?
—¡QUE EL ELEFANTE NO LEVANTAAAA
LA TROMPAAA!
—¿Disfunción eréctil?
—¡No, hombre, todavía no ha
muerto! Aunque un poco paliducha sí la veo.
—Me refiero a problemas de
erección.
—¡Sí, eso! Shhh…, que mi Antonio
no se entere…
—Cariño, estoy sentado a tu lado.
Te estoy escuchando. ¡Y el elefante también!
—Lo cierto es que, no excitarse o
no tener una erección en algún encuentro erótico, es algo muy común. Puede
deberse simplemente a problemas de estrés.
—Francamente, Toni… Mire a mi Antonio. ¿Usted
lo ve muy estresado?
—En realidad, juraría que se ha
quedado dormido.
—Toni, me gustaría confesarle
algo. Aprovechando que mi Antonio se ha quedado frito, y si Dios mira para otro
lado... Usted así, disfrazado, es bastante atractivo. Las gafas le dan un toque
muy sexy. ¿Podría invitarle a un gin-tonic, Toni? Si usted no está
casado con Dios, y no hay ninguna kriptonita que se interponga...
—¿¡Señoraaa!?