Me gusta

lunes, 28 de septiembre de 2015

Baile de pistolas




Cielo desértico de Tabernas, Almería (España). Año 2015.

Había llegado el momento. El viento del desierto soplaba con furia agitando a las plantas rodadoras. Uno frente a otro. Escasos pasos de distancia entre dos pistoleros. Se mascaba la tragedia —y el tabaco—.
Ambos habían guardado un acuerdo de tregua temporal; a pesar de que se habían prometido venganza tiempo atrás. John se la tenía jurada a Clint tras su exitosa trilogía y la dirección de sus propias películas. A decir verdad, Wayne siempre se había sentido muy encasillado. Aparentemente, habían mantenido la calma, sin embargo, la disputa por el amor de la Srta. Kidman les había conducido a batirse en duelo.
Nicole fue una cortesana afamada por lanzar su pierna al aire y remover sus faldas en una función nocturna de un popular cabaret parisino, en el cual era protagonista principal. Hubo fallecido en los brazos de su amado; un escritor bohemio que solía cantar a los clásicos. Tras su muerte, permaneció fotosensible en una mansión hasta completar méritos para su traslado al otro barrio. En el cielo del oeste conoció a dos tipos duros: John y Clint.
Ahora un desafío a muerte establecería un vencedor y concluiría con esa rivalidad. Así, Dios dispuso como padrino de la ceremonia al sheriff Chuck Norris.
El acontecimiento atrajo a una gran multitud: bandidos y forajidos de toda la región, la tribu de Hollywood (liderada por Toro Sentado) y una diligencia con las chicas de la compañía Con faldas y a lo loco para amenizar el espectáculo, entre otros.
Todas las miradas permanecían atentas a ambos. Música de ambiente.
Tiriririri ririri…
—El Mundo se divide en dos categorías, John, los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Podría dispararte sosteniendo tu propia pala —Le subestimada Eastwood fijando su mirada pétrea en él mientras se giraba en sentido opuesto.
—He hecho más de 250 películas y nunca he disparado a ningún tipo por la espalda, ¡cámbiamelo, Chuck! —replicó Wayne.
—¿Sabes que podría matarte raspándote con mi barba, John? —interrumpió Norris escupiendo su palillo a una velocidad de vértigo—. ¡Pégale un balazo a este tío, hostias!
—Te recuerdo John que ya estás muerto. ¡Yo sólo he venido a por lo que es mío!
—¿Crees que te preferirá a ti? ¡Al menos yo no visto un poncho tan ridículo! Vas a morir, aunque todo cambiaría si me incluyeses a título póstumo en los créditos de alguna de tus últimas películas —dijo John Wayne con sonrisa retorcida.
—Después de esto, no pienses que vamos a intercambiar fluidos corporales en la ducha esta noche. ¡No te incluyo ni borracho! —exclamó Eastwood con desprecio.
—Nunca he confiado en un hombre que no bebiera. Lo siento, Clint.
—Nunca pidas perdón y nunca te disculpes, es un signo de debilidad. Y recuerda que yo soy un tipo feo, fuerte y formal —comentó John.
—Tal vez yo soy El Bueno. Sé que hay más de 100 motivos por los cuales no debería matarte, pero ahora mismo, no se me ocurre ninguno.
—Yo soy el último pistolero. ¡Desenfunda tú primero!
Chuck, asqueado de tanta charla estúpida, arremetió a golpes de puñetazo y patada dejando gravemente heridos a ambos. Nicole, aburrida de la disputa y creyendo que acabaría más sola que la una, lanzó un guiño sensual a Toro Sentado, que le mandó señales de humo como respuesta a su coqueteo. Este decidió levantarse para largarse con la chica.
Toro Levantado y la Srta. Kidman subieron a lomos de un búfalo vil. Galoparon por todo el desierto con dirección a Las Vegas donde formalizarían su amor entre indio y cabaretera.

martes, 22 de septiembre de 2015

Terapia confesional



Me sitúo de rodillas en el confesionario. Me santiguo a mi manera (lo recordaba vagamente; no obstante, debía ser parecido al brindis que hacía con mis colegas, «¡Arriba, abajo, al centro y para adentro!»).
—Ave María —me apresuro a decir basándome en mi primera comunión. O igual ni eso. Simplemente me sonaba que comenzaba así.
—Purísima —dijo el sacerdote.
—¿Quién?¿¡Yo!? Hombre, tampoco es que sea muy promiscua, pero…
—Tú dices: «Ave María Purísima». Y yo te respondo: «Sin pecado concebida».
—Ah. ¡Hola, Padre! Se dice «Padre», ¿verdad?
—Sí, hija mía, puede llamarme así.
—Una cosilla: si yo soy su hija y usted es mi padre… Estooo... Uno de los dos ha hecho algo que no debía, ¡y yo no he sido!
—Es una manera afectiva de llamar a las feligresas de esta parroquia —dijo mi/el Padre.
—¿Feligresa? Es la primera vez que escucho esa palabrota, aunque imagino que siendo usted un cura no va a comenzar mi confesión insultándome. Bueno, yo quería comentarle que, uhm, por dónde empiezo… Estoy atravesando un momento complicado. El tema laboral me trae de cabeza, Padre. No encuentro trabajo. Las únicas ofertas que…
—Pero, hija mía, ¡eso deberías solucionarlo en el INEM! Puedes encontrar una Oficina de Empleo al final de esta misma calle.
—Supongo. Aparte, es que, además, tengo un lío… Verá, Padre, le explico. Llevo saliendo con mi Antonio cinco años y nunca habíamos tenido problemas de tipo, ya sabe, pero ahora no puede tener una erección, y me culpa…
—¡¡Hija mía!! ¡Eso deberías consultarlo con un sexólogo!
—No, en realidad, yo creo que eso se le pasará. El problema es que no sé si dejarlo...
—¡Un terapeuta!
—... porque como queremos irnos a vivir juntos y estamos buscando…
—Inmobiliaria.
—Además, estoy tan confusa con todo lo que me está sucediendo…
—Psicólogo.
—... pero es que ya voy teniendo una edad y si no me caso pronto, en vez de vestir santos me voy a quedar para desvestir momias.
—Tal vez en eso si pueda ayudarte. ¿Os gustaría celebrar vuestro matrimonio en esta parroquia?
—Yo no tengo problema, pero mi Antonio es que se pone como la niña del exorcista cuando entra a una Iglesia. Y si lo cazo, creo que tendrá que ser por lo civil.
—En ese caso… Juzgado, hija mía.
—Entonces, Padre, ¿usted qué arregla aquí?
—Te escucho y te absuelvo de tus pecados. Pero primero debes hacer examen de conciencia.
—A mí es que los exámenes nunca se me han dado bien. A menos que se trate de un tipo test, claro. Y lo de los pecados, ¿qué incluye exactamente? ¿Eso es lo de los diez mandamientos? ¿Y las mentiras piadosas cuentan? Por ejemplo, se ha mudado un nuevo vecino al Bajo D, que la verdad, Padre, ¡está tremendo! Si mientras se le pasa a mi Antonio... y no se lo cuento a nadie… ¿Dios se enterará?
—Sí, hija. Dios está en todas partes.
—¡Ostras!, ¡pues no lo sabía! ¿Y a cuántos Padres Nuestros y Aves Marías asciende el asunto? Si tengo que hacer lo del Rosario, me lo voy a pensar, que lo de cantar con las bolitas del collar me parece un poco siniestro. ¿O se puede usar las chinas?
—¡¡No te preocupes, hijaaaaa!! Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del padre, y del hijo, y del espíritu santo.
—Pero Padre… ¡¡qué se olvida de imponerme mi penitencia!!
—¡Bastante penitencia tienes ya! Tranquila, Nuestro Salvador te guardará una parcela en el Reino de los Cielos. Puedes ir en paz.
—Así da gusto, Padre. ¡Verá que contento se va a poner mi Antonio cuando le diga que ya está resuelto el tema de la inmobiliaria!

domingo, 20 de septiembre de 2015

Orgasmo gratuito



Mientras esperaba aquel metro, mi mente se abstrajo completamente de ese andén para llevarme nuevamente a la habitación donde había estado horas previas con él. Aún sentía su aroma en mí; impregnaba mi ropa como un perfume de fluidos en movimiento, un néctar fabricado para mi cuerpo, que dulcificaba a la par que ardía mi piel. Con el obsequio de ese arrebato de pasión, ni siquiera pude asearme. Llegaba tarde al trabajo, pero agradecía que me hubiesen acompañado toda la jornada nuestras fragancias entremezcladas. Un día inacabable de orgasmos repetidos y masturbaciones mentales. De nuevo, había vuelto esa sacudida recorriendo en forma de escalofrío todo mi ser. Sentía aún sus manos apretándome los glúteos contra él, mis pezones estaban irritados de convulsiones convertidas en bocados; a fuego lento, a fuego vivo, a medio cocer.
Un golpe fortuito en el hombro me devolvió a la realidad. Presa de mis jadeos regresaba a casa, necesitaba más, como una damisela ansiosa por un encuentro furtivo con su caballero, sin armadura —para qué perder el tiempo—.
Allí sentada, en ese frío asiento, entrecruzaba con fuerza mis piernas. Sentía un dolor placentero que me recordaba lo poco que hacía de la visita de ese turista, el cual no necesitaba una guía ni un mapa de búsqueda del tesoro; a él le bastaba con ser el mejor pianista. Y no hubo una tecla que quedase por acariciar, y me compuso la más armoniosa y apasionante melodía que una mujer pudiese imaginar. En mis labios quedaba un hormigueo, una pócima mágica que los había convertido en continua humedad de inagotable deseo. Mi excitación iba en aumento con cada paso del trayecto de vuelta a mi paraíso terrenal. Y no dejaba de imaginar a ese diablo y su tridente que me incitaba a tentar y a morder serpientes.
Nervios.
Una cerradura que abre la puerta de mi universo.
Y aquella habitación, mi sala de juegos, donde horas antes había pecado… Ahora él está con otra... regalándole un orgasmo. Mi-or-gas-mo.


viernes, 18 de septiembre de 2015

Mis últimas horas (Parte I)




Con motivo del concurso "Relatos a dúo II", organizado por los compañeros de Círculo de Escritores, os presentamos Isidro Parra y una servidora nuestro relato de misterio "Mis últimas horas".


El tiempo pasa, y cada vez están más cerca...



Comienzo con la primera parte:



Hoy es 12 de Enero de 1976. Llevo cinco días sin dormir. Ya cuestiono si estas extrañas visiones son reales o a causa de la falta de sueño. En cualquier caso, dudo que pase de esta noche. Se acercan. 

Hace días encontramos esas extrañas ruinas funerarias al sur de la cabaña. Algo despertamos. Algo que debería permanecer dormido, ahora anda por estos páramos. Hace cuatro días Carlos y Jaime aparecieron muertos a escasos metros de la cabaña. He decidido no investigar más esas excavaciones. Cada vez que vuelvo de ellas las visiones son más claras, las extrañas sombras se vuelven más reales. Escribo esto para el que lo pueda necesitar. ¡No se acerquen a las ruinas!


17:05 horas

He reunido el coraje suficiente para salir. He enterrado a mis compañeros aprovechando que la tierra estaba algo más blanda por la lluvia. Me sentía sigilosamente observado, pero no debía dejar sus cadáveres a la intemperie ahora que se acerca el anochecer. Fuera, las maderas de la cabaña están llenas de arañazos y mordiscos. Probablemente, no soy el único que tiene miedo. El lugar se ha convertido en una huida constante de animales y, poco a poco, comienzan a desaparecer. Ahora sólo escucho el sonido por el temporal, anunciando que se aproxima una gran tempestad.


18:43 horas

Me siento agotado, sigo sin poder conciliar el sueño. Acaba de anochecer. En toda la tarde no ha parado un instante de llover; la lluvia cada vez golpea con más intensidad, incluso bajo cubierto está calando mis entumecidos huesos. O quizá, es el pánico que galopa en mí. Las figuras han rondado la cabaña, dando golpes y ululando. Parecen tan reales…  


19:30 horas

Hace un instante observé por la ventana. Las he visto, pero no sabría cómo describir algo que, hasta ahora, no sabía que existía. (...)


(Continúa en el blog de mi compañero PINCHA AQUÍ)



martes, 8 de septiembre de 2015

El cielo de los locos



Y un día nos veremos en el reino de los locos.
A ese lugar le decían: 
«El cielo de los que algún día
han escrito poesía».

lunes, 7 de septiembre de 2015

Cansada de besar príncipes



De un salto trepaste hasta mi escote.
Me obsequiaste con un lengüetazo,
dejándome un pegajoso sabor a sirope.

Me robaste un beso y un bocado,
y no te transformaste en un humano.

Con tu corazón hipertrófico
derretiste mis estereotipos;
ahora no necesito un cuento
que termine en un relato terrorífico.

Cansada de besar príncipes,
¡yo he adoptado a mi sapo!;
me quedo con tus arrugas y verrugas,
y... colorín colorado.

Qué no me prometas un satélite,
mejor me croas con ternura
mientras meces a nuestro renacuajo en la cuna.

Tan pequeño me haces sentir grande,
y no es que te haya subido a un pedestal,
que tu sangre fría yo la puedo calentar,
pero la azul se me destiñe en un pispás.

Convertiremos tu charca en mi hábitat natural,
prefiero vivir en un acuaterrario que un palacio;
que me hagas el humor y no la cena,
y metamorfosis en las noches de luna llena.

Me espantas a otros insectos indeseados,
aunque nos critiquen a mí me importa un carajo;
que por tus branquias has sido envidiado,
y el que se pique… ¡agua y ajo!

Por favor, qué no se rompa el encanto
y este anfibio no se me convierta en soberano.


Para escuchar el audio PINCHA AQUÍ.

Small Pencil